La culpa y el pecado original, resumen

Resumen del Capítulo V
La Culpa y el Pecado Original

(Causse, JD, et Cuvillier, E.  Viaje a través del cristianismo.  exégesis, antropología, psicoanálisis.  Salterrae, España, 2015.)




Parte introductoria:


Individual y colectivamente, el mal se presenta así como la experiencia misteriosa de una fuerza que se impone al hombre.

Es el hombre realmente libre para elegir el bien en vez del mal?

En nuestra época, el concepto de pecado original es a priori completamente inaceptable.

Pecamos ante Dios y contra él.  Por ello, los profetas del Antiguo Testamento lo interpretan dentro del registro del ídolo, en el sentido de tomar a un falso dios en lugar del verdadero.

El pecado original significa, en su formulación clásica, que no nos volvemos pecadores, sino que lo somos de nacimiento.  Esta afirmación es en sí misma una contradicción lógica, puesto que clásicamente se dirá que el ser humano ha nacido en la esclavitud del pecado sin por ello dejar de ser responsable de su pecado.

El pecado original es lo que te hace culpable, no de tus actos, sino de tu ser.

La cuestión será entonces saber si es posible hacer una re-lectura de los textos clásicos de la tradición cristiana referentes al pecado original, en especial los de la tradición protestante.



Origen del pecado original:


La noción de pecado original como tal no aparece en la Biblia.  Es una creación posterior.

En Rom 5,12-21 se reflexiona sobre la presencia del pecado en el mundo.  Si el pecado entró en el mundo, quiere decir que preexiste a Adán, lo supera y lo precede y es a través de sus actos que el pecado entra en el mundo.  Adán es precedido al mismo tiempo que responsable.  No somos culpables del poder del pecado que obra en el mundo, pero sí somos responsables, por nuestros actos, de dejar que siga obrando.  Elegir entre el bien y el mal no es simplemente un acto moral o ético, sino un combate interior contra un poder que asalta al ser humano en un lugar que solo conoce aquel que está sufriendo el asalto.

La muerte ha reinado desde Adán hasta Moisés.  Adán somos nosotros, cada uno.  Pero Adán es también la figura de aquel que ha de venir, Cristo.  Es necesario que Adán y Cristo sean de igual naturaleza.  A Pablo no le interesa Adán como personaje histórico, con sus actos históricos en el sentido de un primer pecado, de una caída como momento histórico, sino Adán como figura de la humanidad precedida y prisionera del pecado, como lo está todo hombre.

Rom 5 y Gén 3 no buscan dar ningún tipo de explicación; manifiestan el fondo inexpresado de la experiencia humana, Adán universaliza la experiencia del mal.

La preocupación de Pablo no es especulativa, sino existencial o antropológica: está intentando dar cuenta de una comprensión particular de la existencia humana.  La existencia humana está hecha de una precedencia y de una responsabilidad del pecado que son derribadas por la precedencia y el beneficio de la obediencia de Cristo.  Cristo, no como un ser sobre-humano sino como un nuevo Adán que libera a la humanidad de la desesperación al atravesar él mismo nuestra humanidad.

El pecado original pertenece al ámbito del mito.  Adán es el nombre de una precedencia que escapa al conocimiento.  Es una forma de decir que siempre estamos precedidos por la presencia del mal, de la culpa y del pecado.  La inocencia: está absolutamente fuera de la historia.  Adán es: el género humano.  El paraíso es lo que siempre ha estado perdido.  Esta pérdida constituye, de entrada, nuestra relación con el mundo, así como el drama de esa relación.

San Agustín es quien inventa, hablando con propiedad, el concepto de pecado original.  Agustín ha comprendido perfectamente la lógica de la precedencia, es decir, el hecho de que nos encontramos con algo que está siempre ya ahí y que siempre nos ha arrancado ya a la inocencia.  Elabora la noción de pecado original principalmente por razones apologéticas contra los herejes maniqueos y pelagianos que racionalizaron la categoría del pecado.  Agustín fue maniqueo antes de convertirse al cristianismo, y ahora defiende que el mal no está fuera de nosotros, ni siquiera en nosotros.  Más radicalmente aún, es de nosotros.  Mantiene el carácter incomprensible del pecado.  Si la humanidad no esta caída, entonces tampoco hay redención.

Agustín enuncia una especie de contradicción lógica ante los maniqueos y pelagianos: contra los primeros dice que el ser humano es responsable del pecado y que lleva en sí la culpa de este; contra los segundos sostiene que el ser humano no puede elegir cometer o no el pecado, que no es libre para hacer tal elección, sino que recibe el pecado con su origen, que esta ya, de entrada, en el pecado.

Ha percibido, en el desgarro interior del ser, que la voluntad del ser humano está alienada a otra voluntad que es un poder de aniquilación.  Ha buscado en los nudos del parentesco las huellas de una maldición que se transmite mediante la generación, que afecta a cada nacimiento y que construye una dramática de la libertad.  Por desgracia, vinculará el pecado original y la sexualidad.  Él no conoce otro modo de transmisión más que la sexualidad (transmisión biológica , mientras que en realidad se trata del lenguaje: somos precedidos por el lenguaje del Otro, precedidos por lo que ha sido dicho, mal dicho, por esa mala-diccion que conforma la maldición).

Es en parte lo que hace que el cristianismo haya asociado la sexualidad y el pecado, es decir, que se haya dado esa localización sobre lo que se ha llamado el pecado de la carne.  Hoy en día hay que desembarazar la noción de pecado original de todo un imaginario de culpabilidad malsana.  Hay que desmitificarlo para comprenderlo, pero esto debemos hacerlo retomando la tradición y no simplemente ocultándola.  (Dos aclaraciones: 1-la relación entre sexualidad y culpabilidad no necesita de la religión para funcionar; 2-Freud ha percibido una culpabilidad originaria, la religión puede reforzarla, pero no es su origen.  No existe lo humano sin relación con la culpabilidad).



Resignación frente al mal?:


Con respecto a Mt 13,24-30: La parábola se niega a entrar en reflexiones especulativas; le basta una constatación, y esta consiste en afirmar que el mal no es solamente una cuestión de voluntad: tiene un origen exterior al hombre.  El mal es un poder que se nos impone y contra el cual libramos una lucha desigual, en el sentido de que siempre salimos más o menos vencidos.

Los siervos no quieren resignarse, tienen una solución: proponen arrancar del campo la mala hierba, el sembrador la rechaza.  Sería imposible distinguir claramente entre el trigo y la cizaña, ya llegará el tiempo de la siega.  Por ahora, es el tiempo de la cohabitación entre el bien y el mal.  Los dos crecen juntos.

Se mantiene la perspectiva de superación de esta condición humana, no es algo inmediato, no pertenece al aquí y ahora.  En esa confrontación con el mal es precisamente donde el reino puede caminar hacia adelante.  Erradicar definitivamente el mal es pretender tener un poder que no nos pertenece y que tiene como consecuencia favorecer el mal.  No se trata de una indiferenciación, sino al contrario, de un discernimiento.  Se trata de vivir en un mundo atravesado por el combate entre el bien y el mal, y que esta es la condición normal de la existencia.

Entre todas las figuras presentadas en la parábola, tan solo hay una que no es descifrada: se trata de los siervos.  Este lugar vacío es, sin duda alguna, el lugar que el lector no debe ocupar: la separación escatológica y final, le incita a plantearse la única pregunta importante: no "qué hacer"?, sino "quién soy"?.  No es un conocimiento objetivo lo que se propone, sino una interpelación dirigida al oyente: el que tenga oídos para oír, que oiga!  Se trata de aceptar vivir en un mundo relativo y no purificado.  La pureza es peligrosa y es una forma suprema del mal.  Oír es: recibir una palabra de lucidez -en el sentido de revelación- sobre sí mismo y sobre el mundo.

Sobre Mc 7, 14-23: Aquí, en cambio, esa mala hierba está en el corazón del hombre.  La experiencia del mal es la experiencia de un poder que ha venido a invadir o colonizar mi propia voluntad; nunca experimentamos la exterioridad del mal tan bien como en el interior de cada uno de nosotros.  Para Jesús, el interior del hombre es presa del mal.  No porque el hombre sea ontológicamente malo, sino porque el mal como poder esclavizante le coloniza y le ataca desde el interior mismo de su intimidad.



Otras consideraciones:


El árbol de la vida significa que la vida es aquello que siempre debemos recibir desde fuera de nosotros, es la existencia, descentrada de sí misma.  Eso es lo que se ve afectado por el pecado original: en vez de recibir, toma; se apoderan en vez de recibir lo que debe recibirse como don.  El pecado original es esa manera de rechazar que lo que nos hace vivir venga del otro.

El bien y el mal remiten a una totalidad del disfrute que sería comparable al hecho de bastarse a sí mismo, es decir, ser su propio fundamento.  He aquí el objeto de la transgresión.

Esto implica igualmente que, contrariamente a la culpa, el pecado no concierne en primer lugar a lo que podemos considerar como fracasos o como errores o faltas; concierne igualmente a lo que consideramos nuestros éxitos, títulos de gloria, cualidades o buenas acciones.  Este es un tema totalmente paulino.  La paradoja que debemos pensar es la siguiente: por un lado, la ley hace que el pecado aparezca como pecado; por otro lado, el pecado ataca a la ley valiéndose de ella como medio para aprisionar al hombre.

El pecado original es un concepto de lo que se nos escapa.  La definición del pecado no es la ceguera conocida, sino el desconocimiento de la propia ceguera, la ceguera que cree ser la vista.  A partir de ahí, la salvación cristiana consiste en ocupar subjetivamente ese lugar, hacerse pecador, porque justamente ahí es donde se está ofreciendo la gracia, la redención.  La salvación tan solo es para los pecadores, y el pecador es siempre aquel que cree no serlo... o que cree ser libre.



Conclusiones:


El mal es un poder que experimentamos como exterior, el lugar por excelencia donde experimentamos esa fuerza es nuestra interioridad.  El pecado vino del exterior de este mundo y se manifestó en el hombre Adán como un poder que actúa desde el interior, estamos precedidos por él, además somos actores y por lo tanto: responsables.

No somos culpables de la historia que nos precede, pero sí somos responsables de lo que actúa en nosotros, porque somos sujetos agentes.  La confianza, en el sentido de fe en Cristo, libera al hombre de la maldición del pecado.  El pecado original ya no tiene la última palabra sobre nosotros, lo cual no quiere decir que no tengamos que librar una batalla contra el poder del mal que actúa en nosotros, a veces sin que lo sepamos.

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